a man seen from above and through a basket ball net

La liviandad

*Por Gabriela Alemán

Header Image: Carne Tremula (Pedro Almodóvar, 1997)

No recuerdo cómo conocí a Tatjana. Tal vez en alguna reunión departamental o en una fiesta en la casa de algún profesor o en los corredores del Departamento de Español. Tampoco importa. De pronto me vi invitándola a jugar básquet junto a un grupo de profesores de distintos departamentos que compartían equipo con alumnos de postgrado una tarde a la semana en el coliseo de la universidad. Era un equipo mixto. Jugábamos contra estudiantes de licenciatura, algunos de la selección de Tulane. Jugábamos media cancha y perdíamos casi siempre. Tatjana había llegado a Estados Unidos, de la ex Yugoslavia, con una beca deportiva. Fue seleccionada en su país y, de seguro, con ella de refuerzo, tendríamos muchas más oportunidades contra los undergrads.

Nunca tomé clases con ella, pero eso no impidió que habláramos de cine y literatura y básquet y el mundo. El último autor que me recomendó, hace unos tres años, fue How Beautiful It Is And How Easily It Can Be Broken (de Daniel Mendelsohn). Fue tan deslumbrante lo que leí que salí a conseguir sus libros anteriores. Tatjana no lo leía para algún curso que preparaba, lo hacía por la pura belleza de su prosa y por lo que prometía su contenido: otra manera de mirar el mundo.

Era fácil mirar el mundo de otra manera junto a Tatjana. Había una cierta liviandad en su forma de ser, en su trato, algo envidiable en la naturalidad con la que se movía por el mundo. Una liviandad que la hacía flotar, sin que flotara. Me explico, hay gente que te jala para abajo y hay gente que te eleva. Tatjana te elevaba.

Un ejemplo.  Escribía mi tesis sobre cine ecuatoriano de ficción. Uno de los directores que filmó en Ecuador en los años setenta fue un español que dirigió una película de terror en Guayaquil, El pantano de los cuervos. Fui a la oficina de Tatjana para preguntarle si sabía algo sobre Manuel Caño y su respuesta fue, sígueme. Cerró su oficina y caminó conmigo hasta la biblioteca, subimos al tercer piso y luego caminamos hasta la sección sobre cine español. Mientras iba sacando libros y entregándomelos, me explicaba para qué me podría servir cada uno y, después, tomó un tomo grueso y me dijo, tal vez no hable de Caño, pero tienes que conocer a Jess Franco. Franco llegó a ser tan importante para mí que, pasados los años, escribí un libro de cuentos que usaban los métodos de producción de Jesús Franco para crear la estructura del libro que lo tenía como núcleo central. Le dediqué el libro a Tatjana. Mucho antes de eso y mientras le seguía pidiendo recomendaciones para la tesis, se convirtió en lectora de esa tesis.

El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964)

Biljana, su mamá, fue a visitarla cuando vivía sobre Napoleon a unas pocas cuadras de la casa de Anne Rice. También nos convertimos en amigas. Biljana era más callada que su hija y más osca, e igual de encantadora. Se había enseñado español a sí misma leyendo a García Lorca. Cuando supe que sabía español, le regalé un libro de cuentos. Antes de irse de Nueva Orleans ya había traducido dos al croata (luego me llegó un correo donde me preguntaba si le autorizaba traducir los demás para leerlos en una radio en Zagreb con la que ella colaboraba). Bijana fue una entre una larga lista de gente maravillosa que fue a visitar a Tatjana a Nueva Orleans y que tuve la suerte de conocer. Recuerdo tardes llena de luz en su balcón, una alegría contagiosa y la sensación de que la vida debía ser siempre así.

Miss Muerte (Jess Franco, 1966)

Coincidimos en las calles de la ciudad, en charlas, proyecciones y fiestas, pero nunca en el coliseo. Con toda la liviandad de Tatjana, tenía unas pocas reglas inquebrantables. Una de esas era su siesta, que llevaba a cabo siempre a la misma hora. La hora en la que jugábamos los partidos semanales en el Reilly Center. 

Nunca llegué a jugar básquet con Tatjana.

*Gabriela Alemán es una escritora ecuatoriana.

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